jueves, 27 de agosto de 2015

Número 0

Dicen que el viaje comienza el día en que empezás a pensarlo. Y así debe de ser.
Desde hace un tiempo, con mi compañero de ruta empezamos a soñar uno. Ese que querés hacer desde que en la escuela estudiabas historia o geografía. Ese que siempre veías en fotos. Ese que parecía inalcanzable cada vez que buscabas precios de pasajes. 
Una noche cualquiera cuando, birras de por medio y un poco jugando, empezamos a marcar en un mapa distintas rutas de viaje, negociando destinos, poniendo y sacando de acuerdo a posibilidades de acuerdo a una única certeza: el viaje, fuera del avión para ir y volver, sería en tren. Terminamos armando tres itinerarios diferentes. La consigna era clara: de las ciudades a visitar, la mitad deberían ser no conocidas por quien escribe.
Otra noche cualquiera, en el momento en que estábamos dispuestos a ver vaya a saber qué serie, leemos un tweet de Volemos con una oferta increíble, de esas que no se pueden rechazar. Entramos, descreídos, a Despegar y completamos los datos, sabiendo que tendríamos que tomarnos más vacaciones que las que nos dan en nuestros trabajos. A la primera, no salta un pop-up indicando que se habían vendido pero nos ofrece otros asientos en el mismo vuelo. Volvemos a aplicar y, oh sorpresa! "su viaje ha sido confirmado" convirtiendo, lo que parecía una noche más, en la noche en que empezamos a viajar a Europa. Un viaje que empezará en Roma a mediados de marzo y terminará, poco más de un mes después, en Barcelona.